¿Querés saber qué dicen las neurociencias de la procrastinación?
Te lo explico en forma simple en este posteo.
¿Postergas una y otra vez hacer eso-que-tenés-que-hacer? No creas que te pasa solo a vos, tiene más que ver con cómo funciona tu cerebro que con tus ganas. Entender lo que pasa dentro de tu cabeza cuando no lográs arrancar con eso que tenés pendiente, te va a ayudar a verlo desde otro lugar para poder superarlo.
Desde las neurociencias, la procrastinación se explica como una lucha interna (y feroz) entre dos partes de tu cerebro: tu sistema límbico y tu corteza prefrontal, ¿qué significa esto?
En fácil: de un lado de la pelea está el sistema límbico (que es tu cerebro emocional) dentro del cual se encuentra una estructura muy chiquita pero potente con el nombre de amígdala. Esta amígdala es el detector de amenazas de tu cerebro, y cuando tenés que hacer algo desafiante, busca reemplazar el dolor del esfuerzo por placer inmediato, es decir que cuando una tarea nos produce malestar, intenta eliminarla, al menos posponiéndola, y para eso nos empuja hacia actividades que generen una gratificación instantánea (como revisar tus redes sociales).
Del otro lado tenés a tu corteza prefrontal, la región más evolucionada y racional del cerebro (ubicada detrás de tu frente). Es acá donde tomás decisiones, planificás y trazás tus metas a largo plazo.
El problema surge de que tu corteza prefrontal requiere mucha energía y esfuerzo consciente para imponerse sobre tu sistema límbico, especialmente cuando una tarea es aburrida, nueva, desafiante o estresante. Como tu cerebro no busca tu éxito, sino que busca que simplemente sobrevivas, prefiere no gastar tu energía vital en tareas que requieren tanta inversión.
La batalla la gana…
Cuando procrastinás, tu sistema límbico «ganó» la batalla, desviándonte hacia actividades placenteras y evitando las tareas que necesitás hacer pero demandan más esfuerzo. La procrastinación activa nuestro circuito de dopamina, que busca gratificación inmediata, como mirar redes sociales o realizar tareas más fáciles, en lugar de enfocarnos en algo que nos estresa o aburre. Este sistema de recompensa nos seduce a hacer lo que nos da placer en el corto plazo, incluso si a largo plazo nos perjudica.
Con el tiempo, esta sustitución de tareas desafiantes por acciones más fáciles se convierte en un hábito, y cada vez es más difícil «apagar» el impulso de la procrastinación, ya que tu cerebro aprende a evitar el esfuerzo.
Esta sustitución produce un alivio que es momentáneo, ya que sabés que no podés postergar la tarea indefinidamente; con lo cual va aumentando tu estrés, tu ansiedad y tus sentimientos negativos, como la culpabilidad.
Aunque al procrastinar sos consciente de que estás evadiendo hacer algo que tenés que hacer, y eso te hace sentir mal, la decisión es esencialmente irracional (ganó tu sistema límbico) y responde a una incapacidad de gestionar el estado de ánimo negativo vinculado a esa tarea que tenés que hacer. Es decir, cuando te encontrás luchando a menudo contra la procrastinación no es que tengas pereza: puede ser, por ejemplo, que la tarea te provoque malestar porque dudas de tu capacidad para llevarla a cabo satisfactoriamente, alcanzar estándares muy altos, o que tengas miedo al fracaso.
Finalmente, ¡es una cuestión de emociones!
El problema es que si este círculo no se rompe, el hábito de la procrastinación se consolida porque tu cerebro tiende a priorizar las necesidades a corto plazo frente a las de largo plazo y, además, se acostumbra a las recompensas de esas tareas más placenteras de sustitución.
Ahora que ya entendiste lo que te lleva a procrastinar, en el siguiente posteo te cuento cómo salir de este ciclo.
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